No hay nada comparable a ser del Valencia

Ser del Valencia es uno de los mejores regalos que me hizo mi padre. A él le debo muchas cosas, tantas cosas… pero esta especialmente. No recuerdo ni cómo fue, sólo sé que fue, sin más. Desde que tengo uso de razón, el día que él decía, nos íbamos los dos, cogíamos el coche desde Quart de Poblet, aparcábamos por Artes Gráficas, y yo empezaba a oler a puro.

El puro era Mestalla. Llegaba al campo e iba directo lo más cerca posible del césped para olerlo. Recién cortado, regado, con ese aroma tan especial. Antes miraba el escudo de la tribuna, iluminado por la noche, o simplemente allí cuando era de día. Y sentía algo, que cuando eres niño no tienes claro lo que es, pero te gusta.

Con los años fue un privilegiado porque pude vivir muy cerca de ellos los mejores años de la historia, y contarlos. Mi al murciélago en lugares donde sólo lo soñaba, pero allí estaba. Y ahora veo a mi hija que ha salido como yo… o peor. Y me encanta, lo confieso. Y eso se traduce en orgullo, en no discutir con nadie, sólo en disfrutar del momento, en decir con la boca abierta y el pecho hinchado “soy del Valencia”, y renovar cada día el sentido de pertenencia, porque de alguna manera hace falta siempre.

Han sido días muy duros, muy intensos, y más allá del fútbol, lo que tengo muy claro es que el orgullo de ser de este equipo no me lo quita nadie. Ni a mí ni a cientos de miles de personas en todo el mundo, que es posible que no pensemos igual en nada, pero que si nuestro equipo marca un gol y estamos juntos, nos datemos un abrazo, seguro.