El maldito barro que no se acaba nunca, como nuestro orgullo
Tengo 50 años y pensaba que había visto lo más inimigabinable con el COVID, pero la realidad ha vuelto a superarlo todo
Valencia convertida en un inmenso campo de fango, llena de barro por todas partes, con coches amontonados en el arcén de la Pista de Silla, a ambos lados, donde se ven las puertas de las naves reventadas por la fuerza del agua. Regueros de personas en las dos direcciones, yendo y viniendo, y llegas a la altura de la zona comercial de Alfafar y Sedaví, y desde la carretera, ves la imaginen más espantosa que tu cabeza pueda llegar a procesar.
Entras en el pequeño pueblo de Alcudia, afectado como tantos otros, pero que está lejos y que tiene otros muchos antes de llegar. Todo es fango, todo es gente con botas de agua, cargando bolsas con todo, todos los vecinos echados a la calle para ayudar, para ayudarse. Escobas, cepillos, palas... Y horas, y más horas, sacando toda la mierda imaginable, que no nunca se acaba, porque ese maldito barro parece que se reproduzca delante de tus ojos.
Son muchas horas de darle, no miras el móvil más que para llamar a casa. Y cuando todo acaba y lees, ves que todo sigue igual, que nada ha cambiado, que todo queda en manos de los valencianos, que nos han dejado solos, más aun. Un bueno amigo, que estaba conmigo, me decía, "¿cómo podías imaginar que esto pudiera pasar". Y a mi querido Carlos le dije que mejor no alzáramos la voz, porque llevamos muy pocos años en los que hemos dicho eso mismo demasiadas veces.