El Valencia nos importa un carajo, nos gusta vivir en guerra y tirarnos basura

Nos quejamos que en Madrid nos dicen que somos esto y aquello, pero la queja debería ser que quizá, en algunas cosas, tienen razón

Toni Hernández | 15 SEPT. 2016 | 15:23

El Valencia es la única herencia que me dejó mi padre, el amor incondicional a un club y a una forma de vivirlo y de sentirlo, que no entiende de estupideces infantiles ni de intereses de gente a la que esto le importa un carajo, que han vivido toda su triste y desgraciada vida de remover mierda en torno al club, porque viven de eso. Desde dentro se ha dado muchas veces demasiadas facilidades, porque la gestión y los gestores eran una vergüenza y una desgracia, y siempre hacía bandos, todos querían tener razón, incluso pensaban que la tenían, pero jamás, nunca en la vida, se había llegado al límite de las amenazas personales, de las denuncias públicas, de medios de comunicación iniciando a la violencia incluso física con aquellos que no pensaban igual. Sembramos Valencia de barro, y ahora recogemos toda la mierda, que es mucha y apesta, y lo peor, amenaza con quedarse mucho tiempo.

Los cruces de comunicados del Valencia y la CN10, además del de LaLiga, es cuestión de las partes. Ciertamente, si el del Valencia es tal cual, o bien las partes afectadas denuncian, o bien sería todo muy grave, más que la media habitual, que en los dos últimos años es para que se nos caiga a todos la cara de vergüenza. Se nos va la olla, a todos, y da asco, porque el club importa un carajo, el Valencia da lo mismo. Lo que vale es tener razón uno mismo, o que lo parezca, y si para eso tengo que pisar mil cabezas, se pisan. Hubo un tiempo en que se respetaba al Valencia, y también cometía errores, pero el proceso de venta y los lamtables actoreres del mismo, han dejado muchos muertos y heridos. Ahora hay grupos afectados, gente asustada que tiene familia, y aquí, en lugar de parar y mirar alrededor porque se nos ha ido la mano a todos, seguimos echando leña al fuego. Somos unos lamentables, todos, y quizá en Madrid tengan razón, somos lo que somos, y hasta que no dejemos de mirarnos el ombligo, lo seguiremos siendo.