Veinte años de la final del agua

Hoy se cumplen dos décadas de la histórica final de copa que enfrentó al Valencia y al Deportivo de la Coruña y que fue suspendida por una tormenta de lluvia.

Jose Hernández | 24 JUN. 2015 | 07:52

Hoy se cumplen 20 años de la final del agua, un partido histórico en el que Valencia CF y Deportivo se jugaron el título de copa y que tuvo que ser suspendido debido a la gran tormenta que cayó sobre Madrid esa noche. Recordamos un momento inolvidable para el fútbol español.

Nadie puede olvidar lo ocurrido en la final de copa de 1995. No llovía tanto en la capital de España desde 1962, pero tras un día soleado y completamente veraniego, el cielo y las nubes hicieron su incursión en la final. A ellos se les unió el granizo, lo que provocó que la resolución del torneo tuviera que esperar. Nunca ha vuelto a vivirse en una final un hecho como el del Santiago Bernabeu aquella noche.

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Absolutamente todo lo que rodeó a la final de copa de 1995 fue extraordinario. Los dos equipos que se disputaron el título hace hoy dos décadas vivían su mayor punto de rivalidad, una enemistad muy joven suscitada un año antes, cuando el meta valencianista González atajó un penalti al deportivista Djukic y dejó a los coruñeses sin el título de liga en el último suspiro. Desde entonces corrieron ríos de tinta en relación a la actitud de los jugadores valencianistas y la presunta (confirmada después) prima que el Barcelona les había concedido por puntuar en Riazor.

El Valencia fue recibido con billetes de papel en la primera visita que realizó al año siguiente, mientras que en Mestalla se instó a adoptar indiferencia por los blanquiazules cuando éstos jugaron en la capital del Túria. La rivalidad entre las dos aficiones era tan grande que no dejó de ser paradójico que ambos clubes se enfrentaran en el partido que cerraba la temporada, nada más y nada menos que la final de copa.

El camino del Valencia y una final histórica

Y es que para el Valencia la final de Madrid fue especial. Se trató de la primera que disputó el equipo tras la de la Recopa de Europa en 1980 y por tanto el bautismo en un partido de estas características para toda una generación de seguidores del club. El Valencia 1994-95 era el equipo de la ilusión, ya que la temporada se había iniciado con el reciente campeón del mundo sentado en el banquillo, el brasileño Carlos Alberto Parreira, y el máximo goleador de aquel campeonato junto a Stoichkov, el ruso Oleg Salenko. Pero por encima de todos, el club contaba con un nuevo referente, el agresivo Francisco Roig, quien había llegado a la presidencia con un discurso triunfalista y provocador que pronto encendió las críticas de los rivales. Durante un tiempo Roig fue el adalid del valencianismo, pero pocos repararon en lo mal estructurado que estaba el equipo y la nefasta planificación de fichajes que se realizó. Roig fichaba rápido y se movía bien, pero el Valencia 1994-95 fue una mezcla de retales, una especie de collage futbolístico en el que compartían vestuario futbolistas desahuciados por los grandes como Zubizarreta, Juan Carlos o Maqueda, con prometedores jugadores que poco tenían que ver entre sí: los Otero, Poyatos, Romero o Mazinho. El equipo comenzó a lo grande, con un Mijatovic sensacional que lideró a sus compañeros con su fútbol, dejando pinceladas de su gran calidad. Pero el montenegrino se difunó de tal manera durante la temporada que terminó firmando sin duda su peor campaña con el Valencia. Sin embargo, aquella noche del 24 de junio de 1995, un gol suyo enloqueció a toda una ciudad en medio del diluvio. El Depor había finalizado la liga en segunda posición y se plantó en la final copera casi sin despeinarse, con la opción de ganar el primer título de toda su historia. Para el Valencia el camino fue tortuoso y muy agotador, aunque la copa ya se había convertido desde principio de año en la bandera de una afición que soñaba con volver a una final. Tras eliminar al Real Madrid en los octavos de final la euforia se desbordó.

Como suele ser habitual en la ciudad del Túria, un resultado cambió por completo el análisis objetivo que se hacía del equipo, aunque aquella visión positiva tardó poco tiempo en volver a desaparecer. En cuartos de final el conjunto de Mestalla eliminó al Mallorca (entonces en segunda división), no sin antes volver a estar cerca del ridículo en el Luis Sitjar al caer derrotado 1-0. Y por fin se llegó a la semifinal ante el Albacete. El Alba de Morientes, Blejica y Zalazar arrancó un empate de Mestalla. Aquel fue el último jarro de agua fría que resistió el bueno de Parreira, quien fue destituido horas más tarde. El técnico de la casa José Manuel Rielo cogió el equipo y justo en ese momento, cuando muy pocos creían en una recuperación de aquel Valencia que había caído hasta posiciones de mitad de tabla, llegó el milagro.

Para entender la necesidad de alegrías que tenía aquel valencianismo de mediados de los noventa hay que echar una mirada a la manera en la que se celebró la victoria 1-2 (goles de Roberto y Penev) en el Carlos Belmonte de Albacete. No se había ganado ningún título, pero por el ruido de claxons y la euforia desmedida de la gente de la ciudad, cualquier desinformado o abstemio de fútbol hubiera apostado a que el Valencia definitivamente había sido campeón de algo muy importante. Tras la clasificación, la Valencia futbolera retornó a su estado habitual, es decir, volvió la polémica social con el reparto de entradas. Toda la ciudad quería estar presente en Madrid y nadie estaba dispuesto a perderse la fiesta, pero peñas, directiva y aficionados, se enfrascaron en una guerra en los días anteriores a la final. El 24 de junio llegó el desembarco de aficionados a la capital, con más de 40.000 valencianistas en busca de la Copa del Rey.

La final

Madrid recibió a los hinchas con un día veraniego y soleado. En la memoria se recordaban muchas finales coperas de la historia, pero nadie pensaba que esa noche se iba a vivir la segunda final del agua del torneo (la primera fue la de 1929 entre el Espanyol y el Real Madrid). Ya en el campo el Valencia escuchó el himno previo a la final y formó con Zubizarreta bajo palos. Un jovencísimo Mendieta se acomodó en banda derecha ("su" final de copa llegaría cuatro años más tarde). El ex-barcelonista Juan Carlos jugó por el costado izquierdo, dejando el centro de la zaga a dos valencianos: Camarasa y Giner. El brasileño Mazinho sería el encargado de llevar la batuta en el centro del campo junto al experimentado Roberto Fernández, al lado de ellos el emblemático Poyatos. La mediapunta quedaba para Mijatovic, y justo delante se situaron Fernando y Lubo Penev, en el que iba a ser el último partido del búlgaro vistiendo la elástica del Valencia.



En el bando gallego también se preparaban para vivir un encuentro histórico, la despedida de Arsenio Iglesias del banquillo del Super Depor. Liaño, Djukic, Donato, Fran o Bebeto, formaban un equipo que sin duda era favorito aquel día. Pronto demostrarían que habían llegado al Santiago Bernabeu para tratar de imponer su ley desde el principio y se aprovecharon de la inocencia de unos jugadores valencianistas impresionados por el ambiente. Antes del descanso la endeblez defensiva se hizo más evidente en una acción en la que Giner regaló el balón a Manjarín que sirvió para que los blanquiazules se adelantaran en el marcador. En ese momento llovía, pero una lluvia suave que prácticamente no era perceptible por jugadores y aficionados. Durante el segundo tiempo el equipo de Rielo iba hundiéndose en su objetivo de ganar la copa, pero el campo, cada vez más encharcado debido a la histórica tormenta que estaba cayendo sobre Madrid, terminó por beneficiarle. Los jugadores técnicos desaparecieron de la escena para ofrecer su puesto a los más batalladores, que luchaban tras un balón que ya no rodaba por el césped. Ahora sí, el encuentro se había convertido en un partido bronco y copero, en la auténtica batalla por la copa.

A falta de 20 minutos el encuentro caminaba cerca de la suspensión y los dos equipos buscaban llegar al área con pelotas largas. En una de las apresuradas salidas del Valencia, Mazinho avanzó por la medular arrastrando el balón y a la vez litros de agua que el césped ya no conseguía drenar. Consiguió elevar la pelota al cielo del Santiago Bernabeu buscando a Roberto, quien fue arrollado por dos defensas deportivistas. Falta muy cerca de la frontal del área gallega. Llegados a este punto jugadores y aficionados ya no distinguían formas ni colores entre el agua que caía a mares, al mismo tiempo que el resto del país presenciaba asombrado el espectáculo por televisión. En Mestalla otras 40.000 personas casi llenaban el estadio esperando un gol de su equipo, y es que del júbilo inicial se había pasado a un silencio que anunciaba el naufragio de los jugadores en Madrid.

Pero aquel golpe franco representaba una oportunidad perfecta para inquietar a Liaño. Penev plantó (casi dejó flotar el esférico en el césped), aunque Pedrag Mijatovic eligió esa falta para él. Volvió a agarrar la pelota y la beso como solía hacer antes de tirar penaltis o faltas. Lo cierto es que hacía demasiado tiempo que el montenegrino no veía puerta a balón parado, había perdido el instinto arrollador que le acompañó en los primeros meses. Pero este era un partido diferente, la final del agua. Mijatovic no golpeó con demasiada fuerza pero fue listo. Si el balón superaba la barrera y llegaba a portería había muchas opciones de que fuera gol ya que la visibilidad era mínima. No hizo falta esperar a que el balón botara o realizara algún extraño, ya que el lanzamiento fue magistral. El peso extra que llevaba el balón por culpa del agua hizo inútil la estirada de un Liaño que llegó a rozar la pelota. Con el 1-1 estalló la afición del Valencia y los jugadores celebraron el tanto en la piscina de Chamartín, aquel era sin duda el gol más importante para el valencianismo en los últimos quince años.


La suspensión


Nueve minutos después era imposible jugar al fútbol, lo que provocó que el colegiado García Aranda decretara la suspensión. Los jugadores corrieron al túnel de vestuarios intentando soportar el granizo que ya se había cobrado las primeras víctimas. El valencianista Pepe Gálvez manifestó: "Cuando ha comenzado el granizo era como si me lanzaran cosas en la cabeza desde la grada". El agua traspasó las escaleras y llegó a los vestuarios y la sala de prensa. En ese momento la situación comenzó a ser peligrosa por el innumerable componente eléctrico que había en el estadio. El partido no se reanudaría y los dos presidentes, Augusto César Lendoiro y Francisco Roig, se reunieron de urgencia con la Federación Española para decidir una fecha para seguir jugando. Acordaron disputar los once minutos restantes tres días después y que los aficionados pudieran volver con su entrada (situación que se convirtió en un problema ya que muchos de ellos vieron como su entrada quedaba muy deteriorada por culpa del agua). Paco Roig afirmó: "Volveremos a llenar el estadio de valencianistas, aunque para ello tengamos que fletar autobuses, aviones o barcos si llueve". Las consecuencias de aquella tormenta no se hicieron esperar y Madrid se convirtió en un caos. Aquella concentración de lluvia no se había visto en la ciudad desde 1962, provocando cortes de luz, vehículos inundados y corte masivo de carreteras. Aquel día llovió con timidez en algunos lugares de la geografía nacional, pero solo jarreó con violencia en la capital de España como podemos observar en este extracto del Boletín Nacional de Meteorología publicado al día siguiente.

La historia posterior es conocida. El partido se reanudó justo unos días después, sin lluvia y en el mismo escenario donde se había producido el naufragio. Prensa, aficionados e incluso jugadores, pensaron que en los once minutos restantes sería difícil ver goles, por eso los equipos se prepararon para la prórroga e incluso los penaltis. El Deportivo volvió a coger la iniciativa, y al minuto de reanudarse el encuentro Alfredo Santaelena se aprovechó de una nueva indecisión de la zaga y la salida en falso de Zubizarreta para establecer el gol definitivo que daba el título de copa a los de Arsenio Iglesias. El Bernabeu se llenó de lágrimas valencianistas debido a la derrota y el estallido de la emoción contenida durante la final más larga. Fue un partido inolvidable para todos los que lo vivieron y el primer paso del Valencia en el camino de volver a ser grande. El encuentro será siempre recordado como "La final del agua de Madrid".


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