Juan Ignacio, ¿imprescindible o no?

El presidente escatima elogios hacia su entrenador

Rafa Carretero | 07 ABR. 2012 | 14:09

Si Juan Ignacio se va, ficharemos a otro. Es lo que vino a contestar Quico Catalán cuando le preguntaron por el futuro del técnico de Rabasa, tentado por varios clubes extranjeros. Un diagnóstico demasiado frío para quien ha llevado al Levante a las mejores cotas de su historia: “Aquí nadie es imprescindible ni se va a quedar en contra de su voluntad”.

Renovado automáticamente con la permanencia, lo cierto es que en los planes del presidente no hay ninguna reunión con el míster. Aún menos una oferta para mejorarle el contrato y subirle el millón de euros de la cláusula de rescisión. Tampoco una cita para hablar de la próxima temporada ni del peso que tendrá en la confección del equipo tras el cartucho de Botelho.

El runrún de que no hay buena sintonía entre Quico y Juan Ignacio empieza a coger volumen. Y es que una cosa son las buenas palabras de cara a la galería y otra la realidad de que entre ambos hay una grieta que puede ir haciéndose grande.

Todo apunta a que el presidente fue uno más de los que dudaron de la valía del alicantino cuando la mala racha de resultados. De hecho, preocupado por los episodios extradeportivos que salpicaron el día a día, Quico recabó informes que le empujaron a leerle la cartilla al vestuario antes de la visita al Espanyol. Fueron días en los que el Consejo también llamó a consultas al director deportivo.

En realidad, pocos pensaban que aquel desconocido que llegó de Cartagena mejoraría la herencia de su predecesor. Menos aún tras un comienzo titubeante en el que tuvo que renunciar a su filosofía para conseguir resultados. Enfrentado al dueño del Efesé y con la plantilla de uñas, JIM saltó a la élite casi por casualidad. Pero su estreno no ha podido ser mejor. Forjado en el fútbol regional y las escuelas de barrio, se trata de un exvendedor de seguros al que se le pueden discutir las formas, pero no el fondo ni los contenidos futbolísticos que maneja.

El presidente casa mal con la personalidad de JIM, con el que tiene muy pocos puntos en común, aunque respeta su trabajo. Es consciente de que el técnico tiene la sartén por el mango y de que perderlo tendría un coste de imagen, aunque recela del poder de los entrenadores en los clubes. Tal vez por eso es también un firme defensor, en privado, de que la clave no está en ellos sino en los jugadores. No en vano, con varios pesos pesados mantiene una relación estrecha y cordial. De ahí su cercanía con la plantilla, para la que tiene mejores palabras.

No es la primera vez que ocurre algo parecido en Orriols. El ambiente con Luis García llegó a ser irrespirable. La lucha de egos entre entrenador y presidente causó heridas que nunca cicatrizaron y que fueron claves en el adiós del madrileño. A dos meses de acabar el curso y planificando ya el próximo, el Levante haría bien en poner remedio antes de que sea tarde.