La insoportable levedad del ministro
Nuestros lectores nos siguen enviando sus opiniones sobre fútbol y sobre la situación general que está viviendo el país y el mundo entero
“Si sois prudentes observaréis atentamente a los hombres para que no os oculten lo que piensan” decía Solón. En estos convulsos tiempos que nos ha tocado vivir, acongojados como estamos ante la imposición de asimilar que la tragedia se mida en cientos de muertos diarios; atenazados por la incertidumbre; abrumados por la saturación de estadísticas y gráficos, queda escaso margen para el detalle y toda la atención se concentra en el trazo grueso. Y es que cuando los problemas reales afloran, los ficticios desaparecen. ¿A quién le importa ahora un comino Greta Thumberg?
Pero uno es observador por naturaleza, casi más por instinto que por propia iniciativa. Rara vez hay excepción a esa norma, y menos aún si la situación es de cierta enjundia. Veo la comparecencia del ministro de Sanidad, Salvador Illa, en la comisión del Congreso de los Diputados. No puedo evitar, sin menoscabo de la atención a sus palabras, escudriñar su rictus: es el de un hombre derrotado. Su lenguaje corporal delata silenciosamente que estamos ante alguien sobrepasado por los acontecimientos, que grita para sus adentros aquello de “qué hecho yo para merecer esto”.
Y recurro a mi yo más empático. Intento ponerme en su situación, imagino el corrosivo estrés que lo desgasta de forma inmisericorde. Me esfuerzo en descifrar, sin éxito, si en la particular balanza de su estado de ánimo pesa más la frustración de tener que lidiar con semejante situación, o la impotencia de saberse incapaz de resolverla. Resalta, predominante en su expresión, la tristeza del que ve cómo su periplo político al más alto nivel se acerca a su final, cuando apenas acababa de comenzar. Porque a nadie se le escapa que, de discurrir las cosas por un cauce mínimamente lógico, la carrera de Illa está periclitada.Que su perfil no era acorde con el puesto que ahora ostenta es una obviedad. Hasta el propio ministro es consciente de que su designación obedeció a otros criterios. Y es que, en puridad, la cartera de sanidad era un cargo lanzadera para la misión que Pedro Sánchez le tenía encomendada: relevar a Miquel Iceta al frente del PSC .
Porque, pese a la meliflua actitud de Iceta bajo los focos para con el presidente del Gobierno, éste nunca lo ha considerado como “su” hombre, e Illa era el elegido para el más difícil todavía, ser el nuevo Pascual Maragall con el que asaltar el Palau de la Generalitat. El primer paso de esa operación de largo alcance era situar al ahora ministro en primera línea política, a fin de amplificar su nombre, hasta entonces desconocido para el gran público. Y qué mejor para ello que un ministerio habitualmente poco conflictivo, que apenas maneja una mínima fracción presupuestaria (el 90% es competencia de las C.C.A.A.). Pero esa moneda, que muchas veces cae de cara, tiene en su otro lado el alto riesgo en forma de emergencia sanitaria. Y en esta ocasión la moneda que lanzó al aire Sánchez salió cruz.
Ahora, todo ese escenario, “the big picture” en términos políticos anglosajones, se desmorona con la facilidad de un castillo de naipes. El futuro de Illa pasa inexorablemente por la irrelevancia de la segunda fila de la vida pública. Y él es el primero en ser consciente de ello, casi lo dice en silencio con su gestualidad. Se sabe frágil, y cuando esta carga pase sentirá su propia levedad como si fuera un personaje de Kundera. Sentirá la insoportable levedad del ministro.
Ernesto Souto