“¿Por qué no me ponen más?”

El díscolo Aranda reclama minutos

Rafa Carretero | 23 NOV. 2011 | 09:58

Ni siquiera los tiempos del liderato frenaron el ímpetu de Carlos Aranda, al que le faltó tiempo para quejarse. Su cantinela no tardó en llegar a oídos de todo el vestuario, cuerpo técnico incluido: “¿Por qué no me ponen más?”. Agobiado en exceso por la suplencia, lo cierto es que no eligió el mejor momento para reclamar protagonismo. Tampoco para anunciar entre bastidores su intención de cambiar de aires en enero. La cuestión ahora es saber si va en serio o se trata sólo de una pataleta. Manolo Salvador está atento a los acontecimientos, consciente de que termina contrato en junio (aunque con una opción a dos años más en función de los partidos disputados que no parece que vaya a alcanzar).

Aranda no es el único jugador que lleva mal la escasez de minutos, algo lógico y normal. Sí es el que peor ha medido los tiempos. Con el equipo líder y Koné, su principal competidor, erigido en un pilar pese a su falta de gol, el malagueño hizo oídos sordos a los que le aconsejaron que aguantara los caballos. Que no era el momento. Sin haber montado un cirio ni declararse en rebeldía, su inquietud ha sido a destiempo. “Es un buen chaval. No de los que más piña hacen, pero nadie tiene queja de él”, opinan en el vestuario, donde le quitan hierro a rifirrafes puntuales como los protagonizados en algún entreno con Rubén Suárez.

Jugador díscolo por naturaleza y con un carácter peculiar, al club no le ha pillado desprevenido. Cuando Manolo Salvador solicitó informes suyos antes de ficharlo valoró los pros y los contras y en el apartado negativo estaba su ego. “Su problema es que mira más por sí mismo que por el grupo”, comentan desde Pamplona, donde ya habían alertado de una tara que ha lastrado su carrera. Demasiado egoísmo.

Se trata, no en vano, de un defecto que le marcó desde su infancia, cuando Del Bosque, entonces director de cantera, lo catalogó como la “gran promesa” del Real Madrid. El hoy seleccionador lo salvó varias veces de que lo expulsaran del club. Fue él quien lo descubrió en un partidillo a las afueras de Málaga, en el peligroso barrio de El Palo. El mismo donde años más tarde presenciaría un apuñalamiento entre dos miembros de su pandilla. “Muchos de mis amigos están en la cárcel”, ha dicho en diferentes entrevistas. Y es que su calidad innata para el fútbol, por un lado, y su querencia para meterse en problemas, por el otro, han sido siempre un cóctel explosivo. A día de hoy, eso sí, pese a no haber renunciado a una parte de su entorno, en el Levante aseguran que está mucho más asentado.

Juan Ignacio Martínez valora la ambición de un delantero inconformista. No cuenta, sin embargo, que físicamente está lejos del tope. Es otro de los contras que le achacaban en Osasuna: “Debería entrenarse mejor”. Castigado desde el principio por una lesión que se trajo del Reyno, es un habitual de la enfermería por molestias musculares. Un hándicap que podría suavizar con una preparación más esforzada. De hecho, a sus 31 años, esa falta de autonomía está en el origen de su escasez de minutos y le ha hecho quedar relegado a revulsivo para las segundas partes. Y eso que la afición tiene ganas de verle más. La ha cautivado en pequeñas dosis por sus movimientos, sus arrancadas y un efectivo juego de espaldas que, sin ir más lejos, fue clave en el empate de la primera jornada en Getafe.

El Levante no lo fichó como titular, sino como complemento e hipotético sustituto de Rafa Jordà, al que después no terminó de empujar hacia la puerta. Sin embargo, por calidad y experiencia le tenía y le sigue teniendo muchas esperanzas. En Osasuna no destacó como goleador, pese a que con Camacho aportó su granito de arena. Con él fue clave de un momento álgido: la victoria por 1-0 ante el Real Madrid de Mourinho. Después cayó en desgracia con Mendilibar, lo que marcó el fin de sus días como rojillo y la búsqueda en Valencia de un nuevo destino que, en la vida de este trotamundos, parece tener pinta de que tampoco va a ser el último.