“Yo no vendí mis acciones del Valencia como hicieron otros”. Si preguntas a casi cualquiera, ahora resulta que nadie fue a las oficinas de Paco Roig, a las de Juan Soler o a las del club, para cobrar 600 euros, o más, por sus títulos como “dueño” del club. Porque claro, las acciones fueron a parar a manos de otros por ciencia infusa, porque tenían vida propia, porque una mañana decidieron cambiar de dueño ellas mismas.