Rubén y el Espanyol: El origen de un símbolo

El futbolista granota vuelve a jugar contra el equipo con el que se bautizó como levantinista

Redactor Jefe | 26 OCT. 2013 | 18:10

Podría ser la historia del génesis en el sentido más bíblico del término, es decir regresar en el tiempo atrás para pautar el principio y el origen del proceso de aclimatación de Rubén García a la disciplina del balompié profesional. El relato y la acción comenzaron a fundamentarse coincidiendo con la disputa de un choque liguero ante el Espanyol adscrito a la tercera jornada de la competición liguera del ejercicio 2012-2013.

Es evidente que se trata del punto de origen. Es el génesis y la creación; el arranque de un nuevo estadio evolutivo desde una perspectiva más íntima. El enfrentamiento ante la escuadra blanquiazul conlleva este ingrediente personalizado que, en realidad, siempre irá en estrecha asociación con el destino del joven futbolista vinculado a la sociedad azulgrana. Un universo desconocido y por escrutar se abría ante unos ojos ávidos de ir descubriendo y devorando todo el entramado que rodea al fútbol. Las esencias y las emociones en un complicado ejercicio de asimilación. Y en tiempo real, con un balón pegado a los pies y en el marco incomparable de la máxima categoría.

Todo está muy cercano en el tiempo, pero a la vez todo parece estar muy alejado. La distancia entre los dos puntos es realmente exigua; poco más de un año separan los hechos acontecidos aquel domingo por la tarde de septiembre en el feudo del Ciutat de València del tiempo más presente. El encuentro entre el Levante y el Espanyol profundizaba. El partido había entrado en una espiral de golpes. Los goles foráneos en el primer acto, amenazadores porque dibujaban un paisaje ciertamente desolador para el propietario de Orriols, quedaron nivelados por mor de las acometidas de Juanlu y Chris Lell. La reacción fue especialmente sideral. Juan Ignacio miró al banquillo en busca de soluciones para proyectar un desenlace distinto. El triunfo no parecía una quimera después de enjugar las dianas pericas. Y había capacidad de sorpresa entre los componentes del banquillo azulgrana. Entre los jugadores de refresco sobresalía Rubén.

El atacante veía el desenlace desde la banda mientras adecuaba su cuerpo a la batalla. Estaba en condiciones de traspasar ese limes sagrado que dirige la atención hacia el campo. En su cabeza se agolparon infinidad de imágenes. A apenas unos metros de distancia de su figura, se batían dos escuadras en el cosmos de la Primera División; un sueño que estaba muy cercano a cumplirse para convertirse en una realidad sin incertezas; indiscutible. A falta de diez minutos para el final del encuentro los hechos se precipitaron. Rubén fue el escogido. Una sacudida eléctrica y punzante recorrió la totalidad de su cuerpo. “Era el tercer cambio y no pensé que entraba yo. Juan Ignacio me preguntó si no quería salir”.

Y en los instantes previos a la permuta el preparador le recordó a su pupilo una conversación que tuvo lugar durante el desarrollo de la pretemporada cuando el técnico descubrió las esencias de un joven jugador que había turbado el fútbol en las categorías inferiores del Levante para iniciar un romance ininterrumpido. “Te dije que si entrenabas bien, trabajabas y te sacrificabas podrías debutar en Primera. Ahora lo vas a hacer”. Fue una declaración de intenciones porque su protagonismo no cesó. Rubén García ingresó en el verde por Nabil El Zhar. Los acontecimientos intensificaron su marcha. De la concentración en La Manga del Mar Menor a defender el escudo de la Selección Española Sub’20 en el Mundial de la categoría no llegó a mediar un año. Y su condición de titular en la escuadra levantinista parece ya algo indiscutible.