Bankia y la Generalitat deben vender el Valencia CF

¿Qué razón hay en contra?

Toni Hernández | 27 NOV. 2013 | 11:18

El Valencia CF, con Manolo Llorente primero, y con Amadeo Salvo después, se encuentra desde hace 4 años en una situación que, en cualquier empresa, o bien habría pasado por el cierre, o bien por la venta a un inversor, con un aval público de la Generalitat por un préstamo a la Fundación que era, y es, una vergüenza, y sin nadie que de verdad traiga un “elefante blanco”, al estilo Bautista Soler (no confundir con Juan, el hijo), que ponga orden, y dinero.

Llorente, en su segunda época, fue un mal para el Valencia notorio. Vendió una buena gestión que se basó en sacar activos del club, jugadores, por decenas de millones de euros, gastando también decenas, menos, en otros que bajaban el nivel deportivo mucho más que los gastos generales. Eso y el gran engaño a la afición: la ampliación de capital de 2009, pactada con Bankia, y que hizo desembolsar 18 millones de euros a valencianistas de “a pie”, que incluso pidieron préstamos para poder hacer frente al gasto, cuando en realidad la ampliación iba a ser cubierta con un aval público. Es la mayor tomadura de pelo pública que he visto a la afición del Valencia. De largo.

Un solar por vender, un campo por terminar, una deuda por pagar que supera los 300 millones de euros. Y NADIE pone un duro de verdad. Mucho fuego de artificio, mucho plan genial, mucha buena intención, pero lo cierto es que los meses pasan, los años también, y todo cambia para que todo siga igual, como decía Giuseppe Tomasi di Lampedusa en El Gatopardo.

Descartando el cierre, porque una sociedad económica, y especialmente civil, como el Valencia, que manda dos mil valientes a Elche en un momento delicado, es imposible que baje la persiana, la solución debe ser empresarial. Puramente empresarial.

Cuando leo, y escucho, o me cuentan, “el Valencia no se vende”, mi perplejidad supera lo que yo mismo imaginaba. Se aguanta con avales públicos en época de crisis absoluta, con casi un 25% de tasa de paro, y con la Comunitat recortando gastos por todas partes. Eso ni es serio, ni razonable, ni tiene razón de ser. Una entidad privada, deportiva o no, debe salir adelante por sí misma. Porque es lo mejor que le puede ocurrir, generar sus propios recursos. Como estoy en modo parábola, no dándole peces, sino enseñándole a pescar.

La solución, el futuro, pasa por vender a quien quiera comprar. Un inversor al que se enamore con una ciudad extraordinaria, con unas posibilidades infinitas, con una proyección descomunal, y a un precio mucho más económico que cualquier club inglés o español, léase Madrid o Barcelona. Y sobre todo, por encima de todo, sin imponerle quién debe mandar. En Valencia, el club del “yo no pongo ni uno pero mando más que el que más manda” tiene más socios que padres la victoria. Y así no funciona la vida, los negocios, el mundo.

Que el inversor o comprador sea valenciano, o extranjero, sinceramente, no sé si es importante. Porque entiendo que lo realmente trascendente es que los euros sean de curso legal. Alguno me llamará demagogo, o incluso algo peor (tengo espaldas anchas y casi 40 tacos, así que tocará esmerarse más), pero los aficionados del Arsenal, United, City, Chelsea o Liverpool, con dueños extranjeros, no se les escucha quejarse mucho… Tienen a los mejores jugadores del mundo, salvo Messi y CR7, y sus equipos pelean por todo. De esos 5 equipos, 4 han sido finalistas o campeones de la Champions League desde 2005. ¿Casualidad? Creo que no.

La leyenda urbana de “si viene uno de fuera nos arruinará” creo que es de otro tiempo. Y con toda la crueldad y frialdad del mundo, la situación actual no dista tanto de la ruina. Y si, te puede salir un Piterman, que de todo hay, pero aprovecho para recordar que a esta situación actual del Valencia han contribuido “extranjeros” de Picassent, Turís, Puçol, Aldaia, Poble Nou… Todo provincia de Valencia, por cierto.

“El Valencia no se vende”. Esta frase, que se dice mucho, y más al bulto que con argumentos reales, merecería ser analizada con calma. Y respondida, de forma sutil, elegante y práctica: “¿porqué no?”